Durante muchos años me he preguntado cuál es el poder que tiene la literatura, qué magia o embrujo posee este arte que nos apasiona y que nos hace capaces de vivir mil y una vidas al perdernos entre las páginas de un libro. Desde niño me han fascinado las aventuras de héroes de leyenda, que se enfrentaban a monstruos y que eran capaces de mover el mundo con el poder de su dedo meñique solo para luchar por el amor de la persona a la que aman.
Y es que, al igual que el amor es el motor que mueve el mundo, la literatura romántica, aunque denostada y maltratada, es el género de géneros, el más importante y universal de todos ellos. Porque, ¿en qué libro, adscrito al género que sea, no hay, por ínfima y pequeña, una historia de amor?
Al hilo de esta gran verdad, seguí haciéndome preguntas acerca del amor en la literatura y de pronto me topé con algo curioso. Son pocas, muy pocas, las grandes historias de amor en las que ellas son las protagonistas. Reflexionando acerca de este tema, vine a escuchar una ponencia en la cuarta edición del encuentro de Murcia Romántica en la que una de nuestras queridas compañeras, escritora de romántica histórica, compartió con nosotros sus cavilaciones acerca de cómo construía esos romances de leyenda y de la importancia que daba a la creación de sus protagonistas femeninas.
Y se hizo la luz. Porque había una mujer, un personaje que cambió mi vida y la manera que tenía de entender el amor y la literatura. Y estaba callada. En silencio. Nadie hablaba de ella y si lo hacían nunca era para bien. Tenía, como solían decir los viejos del lugar, nombre de monja y ese era un dato importante para no nombrar así a sus hijas. Sin embargo, nadie sabía que ella había sido la artífice del drama, que había cambiado el mecanismo del juego. Nadie la conocía. Y yo decidí que alguien tenía que darle voz.

Y hablo, como podréis adivinar, de Doña Inés de Ulloa. La PROTAGONISTA, con mayúsculas, del drama de José Zorrilla, Don Juan Tenorio. Y es que si por algo la versión del vallisoletano es la que más se recuerda de todos los dramas de burlador es precisamente porque existe Inés de Ulloa.
Desde que Tirso creara el personaje allá por 1630, el nombre de don Juan Tenorio es mundialmente conocido. Se cuentan por centenares los autores que lo han hecho suyo y han regalado al mundo su versión de las fechorías del galán, desde Antonio de Zamora hasta Byron pasando por Molière, pero la versión más conocida y recordada, la que pervive representándose hasta nuestros días es la versión que José Zorrilla escribió en 1844. Esto sucede solo por una razón. En todas las versiones don Juan es un sinvergüenza libertino que seduce a las mujeres y luego las abandona, que mata y muere en pecado. En todas ellas aparece la figura espectral del convidado de piedra que viene a reclamar su alma para llevarla al fuego eterno. Pero si la de Zorrilla pervive en el recuerdo y la memoria es porque existe el personaje de Inés de Ulloa. Ella es la verdadera protagonista, la que obra el milagro. Inés, con su sencillez, inocencia y candidez, consigue algo que ninguna otra hizo antes con ningún don Juan. Le roba el corazón, consigue que se enamore, que se arrepienta de sus pecados y que muera, sí, pero ganando su salvación en una apuesta con el mismísimo Dios solo digno de un personaje apasionado, valiente y decidido.
Y, sin embargo, nadie le ha reconocido a ella ese lugar que merece dentro de la historia de la literatura. El drama se sigue llamando Don Juan Tenorio. ¿Dónde queda aquella que hace que todo cambie? ¿Dónde está Inés?
Por eso cogí lápiz y papel, mi librito de la obra de Zorrilla y me puse a escribir la que, hasta hoy, considero mi mejor novela. Por eso le di voz al personaje que durante tantos siglos ha estado guardando silencio. Por eso la hice hablar y le pedí que os contase su historia. Y por eso hoy podéis disfrutar de Inés y conocer de primera mano el periplo vital de la mujer fuerte, valiente y decidida que amó a don Juan Tenorio y que luchó con uñas y dientes por ser la dueña de su propio destino.

El camino no acaba aquí. La lucha de Inés es la de tantas otras heroínas silenciadas que tenemos que conocer y reivindicar. Es la de muchas otras que han cambiado el sino de la literatura en nuestro idioma y cuya voz se alzará, tarde o temprano, para que la escuchemos como un torrente atronador.
Porque, ¿quién es Inés sin don Juan? Una mujer libre, apasionada, soñadora y valiente, cuya historia, seguro, os hará disfrutar y pensar que lo que digo en estas líneas es una triste verdad que tenemos que resolver.
Y, ¿quién es Mina sin Drácula? ¿Quién es Christine sin el Fantasma de la Ópera? ¿Quién es Poncia sin Bernarda? Espero, de corazón, que lo descubráis muy pronto y que sigáis luchando conmigo, por medio de este vicio tan sano y tan bueno que nos une a todos, para que todas esas heroínas silenciadas que tanto han hecho por nuestro mundo, por fin, de alguna manera, alcen la voz.
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