La literatura fantástica nace, a mi parecer, en buena parte gracias a la cultura clásica, sus mitos y sus dioses. Sin ellos no tendríamos epopeyas como la «Ilíada» de Homero en la que aparece la figura de Circe que supone la base para las primeras brujas y hechiceras de la literatura junto con (mucho después) Morgan Le Fay en «Los ciclos Artúricos»; personajes que cualquiera podría encontrar en cuentos de la autoría de los Hermanos Grimm o en el exitoso libro de Madeline Miller publicado en 2018 donde reinterpreta magistralmente el mencionado personaje de Circe. Pero ¿cómo han pasado las brujas de ser las villanas a ser, en muchos casos, las protagonistas?
Desde luego, los movimientos feministas y el actual empoderamiento ha ayudado a esta vuelta de tuerca donde el arquetipo de la bruja ha dejado de ser retratado como una horripilante arpía (véase de ejemplo «Las brujas» de Roalh Dalh) para convertirse en una mujer bella, fuerte y merecedora del amor más profundo. Y, he aquí, con la idea de que estos personajes también merecen ser amados que surge el acuñado romantasy. Según la RAE: «El término romantasy surge de la unión de las voces inglesas romance (‘romance’) y fantasy (‘fantasía’), y se emplea para referirse al género literario que combina elementos de las novelas fantásticas y románticas». Un género tan popular en estos últimos años gracias a escritoras como Rebecca Yarros, Sarah J. Maas o, sin ir más lejos, la española Julia de la Fuente cuya última novedad «Oye, Diabla» publicada con la Editorial Titania nos narra la tórrida pasión entre un cazador de monstruos y una criatura que arde con la plata; porque no, ya no todo son brujas. Vampiros, hombres lobo, faes y tritones se han unido al club, si no que se lo digan a la autora Elise Kova cuya novedad publicada en octubre de este mismo año «Un dueto con el duque de las sirenas» dice así: Le vendió su alma a un sireno...y ahora él ha venido a buscarla.
Victoria está desesperada por librarse de su matrimonio y tener una segunda oportunidad en la vida. Pero mientras intenta escapar, termina entre los brazos de un sireno. Ahora solo tiene dos opciones: una salvación temporal o una muerte inmediata.
Por supuesto, una premisa interesante para los amantes de este género en auge, que, a menudo, se ayuda incluso de material existente o personajes ilustres de la Historia, hablamos, ahora, de los famosos retellings; aquellos en los que se crea algo nuevo y original a partir de personajes o escritos que ya conocemos (o creíamos conocer). Un ejemplo de ello es la novela «Un corazón de hada en una noche de invierno» de la autora, también española, Andrea P. Muñoz, que da un origen nuevo al dramaturgo William Shakespeare convirtiéndolo en protagonista de su propia historia; una historia de amor cuya contraparte femenina, Ophelia, va más allá de Hamlet y se adentra en un mundo de hadas para entregar su corazón al hijo de los reyes feéricos, Oberón y Titania. Un contraste entre amor y melancolía, entre un Londres isabelino y una tierra de magia donde Ophelia nunca llegó a morir bajo las aguas.
Dice así: Rechazada por Hamlet, loca y con el corazón roto, cuentan que Ophelia se ahogó en las frías y oscuras aguas del río. Ignoran la verdad; que la doncella del vestido rojo como las amapolas siguió a las hadas hasta su palacio y allí entregó su corazón al príncipe.
William, príncipe de las hadas, pasa sus lunas a caballo entre su mundo y el Londres de los humanos. Convertido en dramaturgo no tardará en llamar la atención de la Reina Elizabeth I. ¿Qué ocurrirá cuando Inglaterra descubra la existencia de estas criaturas de leyenda?
¿Y a ti, lector? ¿Te gustan los romantasy o crees que es una moda pasajera?
«Titania estaría enfadada con él, la Reina de las Hadas era estricta en cuanto a sus pasatiempos, en cambio, Oberón insistía en que tenía que probar los placeres terrenales al menos una vez en la vida. El matrimonio, mágico o no, discutía como cualquier otro; y él, heredero de la corona, siempre andaba en mitad de aquella furia. Quizá, por eso, ansiaba tanto andar entre los humanos, sin obligaciones, ni expectativas. Tan solo disfrute, hedonismo puro. Él, el pequeño escenario, los aplausos de la multitud, el oro, el vino, la tinta, las mujeres y el sonido del laúd.
El príncipe de las hadas no soñaba con otra cosa más que la satisfacción que producía el teatro».
Extracto de la novela «Un corazón de hada en una noche de invierno».
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